
Bosque chileno: la literatura de naturaleza chilena a un clic de distancia
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La infancia de María José Navia no estuvo rodeada de grandes cantidades de libros, pero sí de buenas historias. La compañía lectora de un abuelo y abuela fueron determinantes para que la escritora chilena se acercara a las letras, lo que la llevaría a hacer de la literatura su profesión.
Si bien ha publicado novelas y colecciones de cuentos que caben en la categoría de lo ‘‘adulto’’, el año 2020 se aventuró con una propuesta dirigida principalmente a la audiencia más joven. Publicada por editorial Amanuta, El Mapa Secreto de las Cosas es la primera novela infanto-juvenil que María José pública, ilustrada por el también chileno Fabián Rivas. Esta primera incursión le valió el premio Medalla Colibrí 2021, Categoría Ficción Infantil, anunciado esta semana y entregado por IBBY Chile.
En una reciente conversación, la escritora nos confesó que nunca se propuso escribir un libro infantil, sino que más bien esta historia apareció y la interpeló a llevarla al papel: “Nunca dije ‘en este momento de mi vida quiero escribir una historia infantil’, sino que se me ocurrió esta idea de un lugar donde se cumplen los deseos. Algo que tenía en mente cuando lo escribía, era lo difícil que puede ser para un niño entender que su papá estuviera deprimido. Debe ser complicado ver que tus papás están enfermos, pero cuando esa dolencia va por dentro y ves a tu papá triste frente al televisor todo el día… eso debe ser difícil de absorber. Esto se combinaba con la imagen que tenía en mi cabeza de este niño muy inteligente que le gusta armar mapas y vive en un lugar donde los deseos se cumplen, que es la parte más mágica de este libro”.
Esa magia a la que Navia refiere se hace presente desde la construcción de Mateo, el personaje principal o, como ella dice, su aparición: ‘‘Se me apareció este niño que tiene un papá y no sabe qué le pasa. Se me apareció esta familia y la relación de Mateo con su abuela. Por lo general cuando escribo, más que un personaje se me aparece la primera línea. Para mí lo entretenido como escritora es ir descubriendo cómo voy a llegar a la historia. Uno va tomando decisiones que te van abriendo puertas y cerrando otras. Yo no sé hacia dónde voy’’.
Efectivamente la historia tiene un tinte de magia: Mateo, un niño de 11 años, se obsesiona con seguir el rastro a los lugares en donde a las personas se les conceden sus deseos. Esto solo sucede en el pueblo donde vive y por mucho que se concentre en su deseo (que su papá se mejore), este no se le cumple. Si bien esta es por sí sola una premisa atractiva, la esencia del libro se sustenta en las relaciones humanas y cómo se construyen –a través del lenguaje, del tiempo que se pasa juntos, de la reciprocidad de los afectos –lo que permite profundizar en lo que ofrece el relato. De ahí quizás que la autora sienta que la categorización de ‘‘infantil’’ vino después. Le menciono a Maurice Sendak, a quien le sucedió algo parecido con Donde Viven los Monstruos. En distintas ocasiones él dijo que solo había escrito el libro y luego alguien decidió que era para niños. O a J.K. Rowling, quien enfrentó la crítica con respecto a tener un personaje principal masculino, diciendo que Harry se le apareció en un tren.
“Me pasa lo mismo que con lo de Sendak. Yo le mostré la historia a María José Ferrada y fue ella quien me ayudó mucho a trabajarla, porque tiene toda la experiencia escribiendo para niños. Me gustó el ejemplo de J.K. Rowling, me sentía muy culpable de escribir un libro con un protagonista hombre. En mis libros trato siempre de darle protagonismo a las voces de las mujeres. Pero me pasó que Mateo apareció, entonces ¿cómo lo voy a cambiar? Y por eso después está el personaje de Josefina, era importante que estuviera esta figura”.
La presencia de María José Ferrada fue relevante para la existencia del libro:
‘‘Por esas cosas mágicas de la vida me escribió María José Ferrada para que presentara su libro Kramp. Nos juntamos a conversar, le conté del libro y quiso leerlo. Me dijo que le había encantado y que la dejara mostrárselo a Amanuta. Ellos dijeron que sí y propusieron a Fabián Rivas como ilustrador. Me encantaba su trabajo desde antes y me sentí muy afortunada de que estuviera a cargo de las ilustraciones.’’
Voraz lectora, voraz escritora
De la misma manera en que Mateo está obsesionado con los deseos y sus lugares, María José tuvo siempre de niña una obsesión por los libros.
“En mi casa no había libros, no le gustaba leer a nadie, pero mi abuelo paterno era un lector muy voraz y cuando lo iba a ver me regalaba libros. Al principio me pasaba libros de Julio Verne y me los leía porque después los conversaba con él. Me llevaba a la feria del libro, me daba diez mil pesos y me decía: ‘elige el libro que tú quieras’. Una vez me regaló Mujercitas y sentí ‘este es mi planeta’. Estaba el personaje de Jo, yo me llamo María José, era una coincidencia ridícula pero la llevaba a ella dentro. De hecho por eso Josefina se llama así en El Mapa Secreto de las Cosas. Por otro lado estaba mi abuela materna que grababa libros para ciegos, me los mandaba y yo los escuchaba. Los libros en mi vida siempre estuvieron relacionados con dos personas muy mágicas y eran mejor que los juguetes”.
¿Qué otros libros estuvieron presentes en tu infancia?
Me acuerdo que el primer libro que compré fue uno del Barco de Vapor. Me leí todos los Papelucho. Otro que me gustaba mucho, y me siguen gustando, era de la colección Elige tu Propia Aventura. El Mago de Oz también es de mis libros y películas favoritas.
Y la escritura, ¿nació ahí también?
Sí, de hecho, los primeros libros que escribí eran con mi abuelo como protagonista, siendo Batman. Se los pasaba, él los enmarcaba como cuadros y los ponía en su casa. Ese era un estímulo para mí, porque yo quería más cuadros. Ahí surgió el bichito de escribir y leer.
A propósito del ser niña, se agradecen este tipo de libros que muestran ciertas tensiones, en oposición a una visión más idílica de la infancia.
Uno tiene está visión de una literatura infantil más higienizada, pero a mí la que más me gusta tiene un lado duro, como Matilda (de Roald Dahl). Esa pobre niña lo pasaba pésimo en su familia y tiene esta salida muy buena, en que encuentra su familia en su profesora. Supongo que cuando niño es bueno ver que la vida tiene momentos más amargos y después hay otros dulces. Los niños pueden lidiar con esa oscuridad también.
En el mundo de la LIJ existe esa pugna. Es un debate que siempre está presente. De este libro me gusta que en apariencia es muy luminoso y alegre, pero igual permite algunas conversaciones más ‘‘serias’’.
De hecho, este libro lo iluminamos con respecto al texto original. Si pensamos en Neil Gaiman y Coraline… esas son las historias que a mí me gustan mucho entonces mi libro iba a tener un lado oscuro.
Además de su trabajo como escritora, su recorrido lector también se ha hecho conocido. Navia, quien lee dos libros diarios, durante el año 2020 comenzó a recomendar a una escritora por día, mediante un hilo en su cuenta de twitter. Dentro de sus recomendaciones, hay algunas que han publicado también libros infantiles: “Yoko Ogawa tiene un libro precioso llamado El Botoncito. Marjane Satrapi tiene uno muy bueno sobre unos monstruos. Están también María José Ferrada, Gabriela Mistral, Katya Adaui y Sylvia Plath. Hay una autora que me encanta que es Lydia Millet que también ha publicado para niños. Shirley Jackson escribió sobre su familia y sobre la infancia”.
Finalmente, ¿qué palabra nos regalarías?
Coincidencia. Yo encuentro que en nuestro día a día cuando sucede una coincidencia, la vida se vuelve más mágica. Mi abuela nació un 30 de julio y a mí los 30 de julio siempre me pasa algo bueno desde que falleció, me llega un regalo de mi abuela. Siempre estoy muy atenta a las coincidencias, esas sincronías que nos despiertan de la monotonía de la vida cotidiana, esas cosas que son una chispita de magia en lo cotidiano.
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Valentina Rivera B., Licenciada en Letras Inglesas, Profesora de Inglés, y Máster en Children’s Literature and Literacies, es colaboradora de Fundación Palabra.
Supongo que cuando niño es bueno ver que la vida tiene momentos más amargos y después hay otros dulces. Los niños pueden lidiar con esa oscuridad también.
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