
Había Una Vez… en Dinamarca
BILIJ Biblioteca Interactiva Latinoamericana Infantil
Muchos de los países del hemisferio sur comienzan el año escolar durante marzo. Ya entrando a la segunda mitad de este mes, probablemente somos varios los adultos y niños que nos hemos visto enfrentados a una montaña rusa de emociones, algunas muy positivas y otras un tanto contradictorias con las expectativas que teníamos. ¿Cómo nos ayuda la lectura a identificar aquello que sentimos? ¿Cuál es el rol que jugamos como adultos mediadores (padres y madres, docentes, bibliotecarios, editores) en este aprendizaje?
Diferentes estudios han explorado la relación entre la lectura y su potencial utilidad para desarrollar la empatía y la educación emocional, desde distintas vertientes (sicología, educación, literatura), problematizando esta relación de diversas maneras. De hecho, ha existido una amplia aceptación de este tipo de textos por parte de padres, educadores, mediadores y por supuesto, el mercado editorial, lo que en su conjunto ha evidenciado una necesidad por recursos que favorezcan la denominada inteligencia emocional y su correspondiente alfabetización.
Así, títulos como El Monstruo de colores de Anna Llenas y el Emocionario de Cristina Núñez y Rafael Romero han repletado las estanterías de las librerías, han sido recomendados por profesoras y psicólogas y han hecho su llegada a las salas de clases. Más allá de cuestionar la capacidad de estos textos de generar una reacción en sus lectores o entretenerles, nos gustaría observar esta nueva corriente, si se quiere, de tipos de libros y notar las posibles implicancias que se pueden producir en la recurrente tensión entre lo pedagógico y/o instruccional y lo estético.
Por un lado, resulta imposible obviar el uso dado a estos libros que ha facilitado la conversación en torno a las emociones. Promover el desarrollo socioemocional de niñas y niños mediante la ficción no es un fenómeno reciente, pero el proceso de observar y definir cómo se produce sí lo es. Si bien este análisis ha arrojado ciertas luces aún no termina de comprenderse el fenómeno. Se ha hecho evidente, por ejemplo, que la ficción posee un lenguaje que apoya la comprensión de estados mentales propios y ajenos, mediando así la experiencia con el mundo social.
A través de los pensamientos, sentimientos, ideas y deseos vociferados por personajes, los lectores pueden comprender mejor a otros y a sí mismos, junto con las acciones y comportamientos implicados en las emociones inter e intrapersonales. Se han publicado varios textos con el fin explícito de educar emocionalmente, algunos con un tono más instruccional que otros: Empatía. Guía para padres e hijos (Amanuta), Rosa, tengo miedo (Pehuén), El emocionómetro del Inspector Drilo (Nubeocho), Tristeza. Manual de usuario (Picarona), Azulada (Azafrán), La preocupación de Lucía (SM), por nombrar algunos.
La comprensión de las emociones se gesta fundamentalmente en la primera infancia y se desarrolla de manera más plena entre los 6 y 12 años. Esto explicaría que muchos de los libros que apuntan a una alfabetización emocional estén dirigidos precisamente a lectores de este grupo etáreo, muchas veces con un lenguaje más bien infantilizador e incluso, en algunos casos, una visión simplista de las emociones.
Por otro lado, entonces, resulta valioso tensionar la perspectiva utilitaria con la que se mira a la lectura y realizar un cruce con lo estrictamente literario y estético. En ese sentido, ha surgido recientemente un nicho de investigación llamada crítica cognitiva que aborda la psicología y la neurociencia de la lectura. En este campo se ha discutido críticamente cómo las experiencias humanas en la literatura han sido débilmente representadas y cómo un enfoque cognitivo puede ayudar a comprender cómo los lectores interactúan con un texto y cómo logran desarrollar, por ejemplo, la empatía.
La reconocida crítica de literatura infantil y juvenil, Maria Nikolajeva, aplica la crítica cognitiva a los librosálbum en particular, y los posiciona como el soporte privilegiado para evocar reacciones a través de imágenes y palabras, pudiendo así amplificar las emociones representadas. La multimodalidad permite contemplar la diferencia de respuestas cognitivo-afectivas en texto e imágenes y también complejizarlas. La rapidez con la que el libro álbum ganó popularidad en todos los espacios de la LIJ ha permitido que actualmente contemos con un amplio repertorio que se actualiza constantemente. Hay libros álbum que han sido reconocidos por lidiar con emociones más complejas o bien las representan de maneras creativas, dentro de los que destacan El árbol rojo de Shaun Tan, El pato y la muerte de Wolf Erlbruch, El viaje de Francesca Sanna, El corazón y la botella de Oliver Jeffers o 100 años de Heike Faller.
Asimismo, los distintos procesos sociales vividos en el mundo entero han resultado en una mayor exposición de temas en la ficción infantojuvenil, existiendo ahora espacios para narrativas de raza, migración, discapacidad, enfermedades terminales o LGBTQ, por poner algunos ejemplos. Esto quiere decir que nunca antes habíamos tenido acceso a experiencias tan distintas entre sí y que, de no ser por la ficción, no habríamos podido experimentar aunque sea vicariamente. Títulos como Niña morena sureña de Jacqueline Woodson, El azul es un color cálido de Julie Maroh, El odio que das de Angie Thomas, Un monstruo viene a verme de Patrick Ness, La maleta de Núria Parera o Pikinini de José Miguel Varas y Raquel Echenique, han generado espacios para reflexionar sobre las emociones que experimentan adolescentes en distintas circunstancias que refieren a problemas concretos y actuales.
Frente a esta vasta oferta, cabe preguntarnos por qué entonces se nos ha hecho necesaria la circulación de textos cuya propuesta explicite una utilidad concreta, es decir, un manual para emociones o libros que se enfoquen en una emoción en particular. Una intuición rápida nos puede llevar a pensar que esto se debe a la idea clásica de que los libros sirven para algo o que deben servir para algo: vocabulario, comprensión, sentimientos, etc. En oposición a la noción de que la lectura es un fin en sí mismo, y todo lo demás sucede por añadidura. O dicho de otra forma, leer nos entrega espacios para sentir y experimentar, con nuestros sentidos e ideas, y es quizás en ese espacio para sentir que algún tipo de aprendizaje se produce, quizás como algo secundario.
Una segunda intuición es que como mediadores necesitamos enfrentarnos a más libros para niños y jóvenes, para descubrir aquellas historias que nos hablan a nosotros mismos de la emoción. Al exponernos a múltiples lecturas, en diversos formatos y géneros, podemos definir qué elementos funcionan en la alfabetización emocional siempre y cuando actuemos como verdaderos mediadores. Como dicen Felipe Munita y Enrique Riquelme “La lectura mediada de literatura en la infancia opera como una herramienta de alfabetización emocional, proceso que permite el reconocimiento de emociones en sí mismo y en los otros, siendo esta la base de la empatía y conducta prosocial”*. El gran desafío estará, entonces, ir más allá del “libro para” y proponer preguntas, comentarios, dinámicas, que permitan al lector encontrarse con lo que sienten los otros y experimentarlo en su propia vida, cuidando así el goce de la lectura y los espacios de reflexión que facilita.
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Valentina Rivera B., Licenciada en Letras Inglesas, Profesora de Inglés, y Máster en Children’s Literature and Literacies, es colaboradora de Fundación Palabra.
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Comentario de libro: La caza amable es, además de una especie de diario de viaje, un catálogo de la obra de North.
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