
Si los árboles hablaran, ¿Cuántas historias nos contarían?
EL MUNDO MIRA A CHILE
Una simple búsqueda de las palabras ‘‘lobo feroz’’ en cualquier navegador de internet arrojará un sinfín de imágenes referentes al temible animal de los cuentos clásicos infantiles. Aparecerán variadas representaciones, desde las más infantiles a las más oscuras, visuales y textuales, que poseen en común la maldad despiadada de un lobo que devora a niñas, niños, cabritas y cerditos. La figura del lobo en la LIJ ha estado presente desde sus inicios en los llamados clásicos, como los cuentos de los hermanos Grimm, aunque su aparición ha sido tradicionalmente desde el antagonismo y ha permanecido así hasta sus representaciones más contemporáneas. Las características simbólicas que se le han atribuido comúnmente son la maldad, picardía y temeridad, las que son apoyadas visualmente con su oscuro pelaje, gran tamaño y exagerados colmillos afilados.
De entre la cofia salen las orejas monstruosas.
«¿Por qué tan largas?», dice la niña con candor.
Y el velludo engañoso, abrazando a la niña:
«¿Para qué son tan largas? Para oírte mejor».
El cuerpecito tierno le dilata los ojos.
El terror en la niña los dilata también.
«Abuelita, decidme ¿por qué esos grandes ojos?»
«Corazoncito mío, para mirarte bien…»
Y el viejo Lobo ríe, y entre la boca negra
tienen los dientes blancos un terrible fulgor.
«Abuelita, decidme ¿por qué esos grandes dientes?»
«Corazoncito, para devorarte mejor…»
Gabriela Mistral
Este conocido intercambio entre Caperucita Roja y el Lobo Feroz deja entrever la manera en que sus características físicas son usadas para atemorizar a la niña y también al lector. Su figura ha funcionado como un arquetipo narrativo, mediante el cual se transmite peligro y terror, no obstante, versiones posmodernas le han dado un giro cómico e incluso sensible. En dichos textos se presenta el relato del lobo desde su perspectiva justificando sus acciones, o bien, nos cuenta en primera persona que muchos de los relatos sobre él son incorrectos. Tal es el caso de ¡La verdadera historia de los tres cerditos! del norteamericano Jon Scieszka, en donde el lobo es representado como un animal sofisticado y sensato, quien accidentalmente derribó las casas de los cerditos debido a una alergia que lo llevó a estornudar repetidas veces. Similar es el tono en Boca de lobo de Fabián Negrín, un libro que intenta reinterpretar la historia de Caperucita, también desde la perspectiva del lobo, quien asegura: ‘‘Cayó en mi boca y, antes de que pudiese hacer nada, desapareció en mi estómago. ¡Qué desesperación! ¡Qué remordimiento!’’ (Negrín, 2005). Incluso, hay textos que reivindican al lobo transformándolo en la víctima, como en Comer un lobo de Cedric Ramadier, en donde es un cerdito quien decide comerse al lobo y explica al lector de manera detallada cómo debe cocinarse.
Además de intentar redimir, estos relatos también realizan una revisión de aquellos textos más tradicionales, manteniéndolos en vigencia. Una última adición a esta tradición es Feroz, escrito e ilustrado por la ecuatoriana Cristina Yepez y publicado por Akanni Ediciones. Feroz es un libro álbum que está dedicado a ‘‘todos los hijos de lobos’’, y si bien esa dedicatoria puede ser interpretada de distintas maneras, ya en las primeras páginas nos damos cuenta de qué tipo de lobo refiere la autora. Carlos Feroz, el protagonista de la historia, es el hijo del conocido Lobo Feroz, quien aparece en las portadas de periódicos debido al juicio que enfrenta: el caso Estela Roja. Alguien familiarizado con los cuentos de hadas tradicionales será capaz de percibir los intertextos que van apareciendo durante el relato desde la primera página, lo que deja claro que este es un libro que toma aquellas referencias clásicas y las resignifica. Eso sí, esta vez desde la perspectiva del hijo del Lobo Feroz, y nos muestra cómo ciertas herencias familiares pueden perpetuar estigmas erróneos e injustos.
La historia comienza con una confidencia: ‘‘Cuando mi papá se fue, mi mamá se encargó de que todo siguiera igual’’, y en la imagen se muestra a un pequeño lobo vistiendo un polerón calipso, a quien vemos crecer dentro del relato. A pesar de que el protagonista menciona la ausencia de su padre desde el inicio, el quiebre en la historia no surge sino hasta que se encuentra con el titular de una noticia: su padre retratado como un criminal. Esta imagen no se condice con todos los recuerdos de infancia que posee con su padre, los que visualmente se muestran en la figura de un padre presente, preocupado, respetuoso, alegre y cariñoso. De ahí que el joven protagonista se pregunte, ‘‘¿Cómo podían estar hablando de mi papá?’’.
Decidido, Carlos Feroz se propone trazar esa otra versión de su padre que hasta ese entonces desconocía. En la búsqueda aparecen elementos alusivos a la historia de la Caperucita Roja, como la presencia de una joven vistiendo polerón rojo que clama ‘‘Justicia para mi abuela’’. Esta escena se enfoca en una marcha que las víctimas del lobo han convocado, en donde también se puede divisar un cartel con imágenes de tres cerditos que dice ‘‘¿Dónde están?’’. Como todo intertexto, aquí cumplen la función de dialogar con esas referencias, pero también es una manera de hacer uso del conocimiento popular para elaborar otro mensaje. En esa misma marcha hay también un lienzo grande que demanda: ‘‘Tenemos derecho a saber la verdad’’. Feroz se transforma entonces en un diálogo con aquellas historias que nos preceden y que no escogemos. Tal como el epílogo menciona, hay ‘‘una historia que inicia sin nosotros pero a la que acudimos en búsqueda de una justicia… sin negar el complejo devenir’’. Carlos enfrenta esta nueva verdad de su historia familiar que se había mantenido escondida, y lo hace tratando de revertir ese estigma, eligiendo hacer las cosas de manera diferente esta vez.
Esta nueva propuesta de Akanni Ediciones es sensible a nuestros tiempos en donde es posible hacer un cruce entre Feroz y nuestros bagajes históricos, que tienen que ver con la memoria cultural, el pasado y la búsqueda de respuestas. También permite cuestionarnos las historias únicas y oficiales, como se encarna en el lobo padre, quien a pesar de haber cometido crímenes supo mantener una paternidad responsable y amorosa. Esta representación dista mucho del imaginario colectivo en torno a los villanos, y de hecho la cultura popular se ha hecho cargo de esa redención en algunas películas animadas. Pero en adición a todo esto, Feroz también posibilita lecturas más íntimas. Ya en la dedicatoria se establece que existen varios ‘‘hijos de lobo’’, que son – somos – quienes se enfrentan a sus propias historias familiares y en ellas encontramos culpas y errores.
Visualmente demandante y narrativamente hábil, Feroz es un libro álbum que hay que leer con detenimiento y apertura a su intimidad. Si bien la figura del lobo feroz ha sido vastamente explorada, esta es una contribución desde la otredad y la sensibilidad.
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Licenciada en Letras Inglesas, Profesora de Inglés, y Máster en Children’s Literature and Literacies, es colaboradora de Fundación Palabra.
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