
Bosque chileno: la literatura de naturaleza chilena a un clic de distancia
EL MUNDO MIRA A CHILE
Si los árboles hablaran, ¿cuántas historias nos contarían?, esa es una de las preguntas que durante 2021 se hizo el equipo a cargo de la investigación, cuyo resultado fue el libro Árboles patrimoniales. Raíces de la cuenca del lago Llanquihue. Dos años después de la publicación que significó un trazado patrimonial, conversamos con Catalina Billeke, periodista, investigadora y una de las cabezas del equipo que dio vida a este trabajo.
¿Por qué investigar árboles desde una perspectiva patrimonial?
En Chile nos cuesta mucho entender que el patrimonio es también la naturaleza. Es como si los disociamos. El patrimonio cultural por un lado, y el natural por otro, cuando lo que pasa es que somos ecosistemas y la naturaleza nos permea mucho de cómo hacemos comunidad.
Llegó la pandemia y en esa búsqueda de cómo reinventarnos cómo organización, preguntándonos cómo seguir sensibilizando respecto de las infraestructuras verdes y azules de las ciudades, se me ocurre postular este proyecto.
¿Desde dónde nace la idea?
La pandemia nos permitió apreciar más nuestro contexto cotidiano. En esa apreciación personal, en ese momento vivíamos en una casa con harta vista a Puerto Varas, en el atardecer aparecían dos siluetas de araucarias. Después de años de vivir allí, por primera vez me pregunté por qué habían unas araucarias ahí, en Puerto Varas, lejos de la Araucanía y de la cordillera. Me pregunté de dónde habían salido estos árboles y si cómo país teníamos historias de vida vinculadas a los árboles.
Investigué y me di cuenta que en Colombia o México, por ejemplo, estaban muy avanzados en esto, en que el árbol fuera un monumento dentro de la ciudad, pero también relevando su relación con las comunidades, el vínculo afectivo que existía hacia ellos. Acá en Chile, justo cuando nace esta idea, CONAF también inicia un proyecto para mapear árboles en Valdivia.
Postulamos al fondo, lo adjudicamos y eso nos permite, como Patagua, por fin poder unir el patrimonio cultural y natural. Yo creo que ahí el árbol es clave, porque es fácil de explicarlo al ser reconocible por todos. Los niños, cuando dibujan, lo primero que aparece es el árbol. Desde allí, se entiende que dan sombra, frutas, pero también el vínculo afectivo que significa columpiarse, treparse… en el fondo, ir tejiendo historias con ellos. El árbol nos permite de manera muy fácil ejemplificar el vínculo entre el patrimonio natural y cultural.
¿Cómo va permeando la naturaleza la visión que cada uno de nosotros tiene del patrimonio?
Uno ve al mundo en la medida de lo que ve en lo cotidiano. Por más que le explique a mi hijo algo, si él no está vinculado afectivamente, es difícil que se incorpore. La importancia de estos proyectos tiene que ver, entonces, con eso: ver la naturaleza y la ciudad de una forma distinta. Una vez que lo reconocemos, lo empezamos a ver.
Por ejemplo, Santiago. Es cierto que no tiene una naturaleza exuberante como la de acá (región de Los Lagos), pero tiene jardines, cerros islas, cordillera, el río Mapocho, humedales… hay naturaleza.
¿Cuán importante es que los territorios puedan reconocer sus patrimonios naturales?, pensando en este puente que haces con el patrimonio cultural. ¿Nos cambiaría la forma de habitar las ciudades?
Los árboles están en la narrativa de las ciudades. ¿Por qué privilegiamos lo arquitectónico frente a lo natural? Estos elementos son sentido de pertenencia. Es bonito ver, por ejemplo, cómo un municipio de un pueblito en Perú invitaba a la ciudadanía y, entre todos, mapeaban y construían este relato. Es una oportunidad desde la educación ambiental, turismo para residentes y visitantes… Los árboles son la punta de la flecha para ejemplificar este patrimonio mucho más holístico.
¿Con qué te encontraste?
Lo bonito de este proyecto fue que tuvo mucha participación ciudadana. Me di cuenta que hay una ciudadanía que mira a los árboles. Incluso, las personas se nos acercaban y nos contaban de los árboles que habían y sus historias en torno a los árboles. Fue ameno levantar la información.
Cuando les preguntaba, después de recopilar las historias si ellos creían que los árboles eran patrimonio, la respuesta era siempre que sí. También llamó mi atención en que en los relatos aparece el árbol como un elemento cotidiano en la ciudad. Hicimos varios grupos focales con el Club de Jardines (Frutillar) y contaban anécdotas de décadas atrás, como las idas al colegio que incluían saltar Secoyas que hoy siguen siendo parte del paisaje.
A nivel general también había un sentido de que el árbol era sagrado. No aparecía tal cual, pero sí, de forma recurrente la importancia de cuidarlos. Por ejemplo, alguien que se convirtió en mi entrevistado favorito me hablaba de unos alerces que están en la costanera de Puerto Varas. Me decía: «Catalina, el árbol es un elemento sagrado. ¿Tú has abrazado alguno?» Yo sentí que volvimos a la hipótesis inicial, que con el árbol se pueden zurcir las formas de patrimonio.
Otro hallazgo es que aparecía mucho el recuerdo de los árboles vinculado a la época cuando el transporte en el lago era a través del agua. «Bajo la sombra de ese árbol, esperábamos que el vapor nos trajera mercadería». Se va mezclando la historia del territorio con los árboles.
Hoy la cuenca del lago Llanquihue es un espacio en expansión demográfica, ¿crees que los árboles pueden ser el puente entre los nuevos residentes y los antiguos?
No solo la cuenca de este lago, sino todas las ciudades lacustres hoy están tensionadas, desafiadas y el patrimonio es algo que tiene que visibilizarse como punto de conexión y base para la cohesión social, el desarrollo sostenible… Yo siento que los árboles zurcen ambos aspectos y pueden ser grandes aliados tanto en la planificación urbana como en los puntos de encuentro de las comunidades. Eso es lo lindo del patrimonio. Hoy, mi hijo puede estar arriba de un árbol y, desde abajo, una señora de ochenta años puede contarnos que ella hacía lo mismo. Es un punto de encuentro en múltiples aspectos.
¿Qué desafíos ves en investigación patrimonial?
Se avanza, pero es necesario caminar en participación ciudadana. Como periodista me cuesta entender las investigaciones sin este aspecto. En Chile también tenemos una deuda con el patrimonio natural porque lo sentimos disociado y, más aún, con el patrimonio natural urbano, porque valoramos mucho la naturaleza, las Torres del Paine, el desierto… Pero hay naturaleza dentro de las ciudades y si no hay, plantemos. Es necesaria la naturaleza urbana como punto de encuentro, como espacio de resiliencia, es belleza también.
¿Qué palabra nos regalas?
Encuentro, el patrimonio es eso. Me gusta por eso, más allá de la visualidad, es un lugar de encuentro.
Catalina Billeke:
“Mi interés llegó después de varias crisis existenciales y vocacionales… Pero había algo que se repetía, que era caminar y observar la ciudad, pero no sabía cómo ponerle nombre a este interés que iba surgiendo. Entonces, cuando terminé la carrera trabajé en América Solidaria y empecé a darme cuenta que me gustaba esa observación, también, a través de la fotografía, el ir rescatando la identidad de los países, pero todavía no sabía que ese interés era patrimonio. Hasta que tomé un diplomado en fotografía, ahí me di cuenta que era el patrimonio, pero ese que escapa de la arquitectura, que tiene que ver con bienes y prácticas que a la gente les gusta. Las ferias, los barrios… una mirada patrimonial ampliada».
Después llegó a Patagua, que es una empresa B que se hace mucho se pregunta ¿dónde está la infraestructura verde y azul de las ciudades: humedales y bosques urbanos? y ahí me puse a trabajar diariamente.
Hoy sigo trabajando en Patagua, pero también en difusión de varias cosas. Hace un tiempo, también, publicamos un libro que recoge información sobre la obra principal de la catedral de Villarrica, pintada por Giulio di Girolamo. El libro se llama Mural de la Catedral de Villarrica. La pintura es una fusión del mundo religioso y cultural del territorio. Es un mural bello que habla de la crucificción de Jesús en la naturaleza y con la comunidad representada.
Hay muchas obras de ellos en la región de La Araucanía que no se han puesto en valor y ahora, a través de esta investigación ciudadana, queremos ver si podemos recuperarlas, significándolas dentro del patrimonio de la ciudad.
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El proyecti de identificación de los árboles patrimoniales de la cuenca del lago Llanquihue es también un registro participativo de esta especies que conforman el patrimonio natural urbano de las ciudades. El objetivo fue aportar en la identidad de las comunidad que habitan a orillas del segundo lago más grande de Chile. Además de eso, la investigación buscaba poner en valor, proteger y dignificar el patrimonio arboreo.
Puerto Varas
Llanquihue
Frutillar
Puerto Octay
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